¿Aliado de la salud dental o amenaza silenciosa?

Durante décadas, el flúor ha sido promocionado como un escudo eficaz contra las caries. Presente en pastas dentales, enjuagues bucales e incluso en el agua potable de muchas ciudades, este mineral ha sido parte de políticas públicas de salud desde mediados del siglo XX. Sin embargo, investigaciones recientes están reabriendo el debate sobre los efectos adversos del flúor, especialmente cuando su exposición supera los niveles recomendados.

¿Qué es el flúor y por qué se utiliza?

El flúor es un elemento químico que, en concentraciones adecuadas, fortalece el esmalte dental y previene la caries. La fluoración del agua comenzó en EE. UU. en 1945 como una estrategia preventiva de salud pública y desde entonces ha sido replicada en varios países.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el nivel seguro de flúor en el agua potable está por debajo de 1.5 mg/L. Sin embargo, en zonas donde el flúor se encuentra de forma natural en el suelo o donde el agua es fluorada artificialmente, se han detectado niveles que superan este límite.

Riesgos comprobados por la ciencia

Diversos estudios científicos han identificado efectos negativos del exceso de flúor en el organismo. Uno de los más evidentes es la fluorosis dental, una alteración del esmalte que provoca manchas blancas, marrones o incluso debilitamiento del diente.

Más preocupante aún es la fluorosis ósea, que se produce tras una exposición prolongada a altos niveles de flúor. Este trastorno puede causar rigidez articular, dolor en los huesos y, en casos severos, deformidades esqueléticas.

Recientes investigaciones, como las publicadas en revistas como Environmental Health Perspectives, han alertado también sobre posibles efectos neurotóxicos. Un metaanálisis realizado por la Universidad de Harvard concluyó que una exposición elevada al flúor en la infancia podría estar relacionada con una disminución en el coeficiente intelectual (CI).

¿Cuánta exposición es demasiada?

El problema no es el flúor en sí, sino la dosis acumulativa. En la vida cotidiana, además del agua y la pasta dental, muchas personas están expuestas al flúor a través de bebidas procesadas, alimentos cultivados en suelos fluorados e incluso suplementos nutricionales.

«El cuerpo humano no necesita flúor para ninguna función vital», afirma el toxicólogo Dr. William Hirzy, exmiembro de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. «Por lo tanto, cualquier exposición debe ser cuidadosamente controlada».

¿Qué dicen los expertos en salud pública?

Las instituciones de salud mantienen posturas divididas. Mientras algunas como la Asociación Dental Americana (ADA) defienden la fluoración del agua como una medida segura y efectiva, otras voces piden revisar los límites y alternativas, sobre todo considerando que el acceso al flúor hoy es mucho más amplio que en los años 50.

La Comisión Europea, por ejemplo, no recomienda la fluoración del agua, y varios países como Alemania, Suecia y Japón han optado por eliminarla, priorizando la aplicación tópica a través de productos dentales controlados.

Precauciones en el hogar

Expertos sugieren medidas simples para reducir la exposición innecesaria al flúor:

  • Supervisar la cantidad de pasta dental utilizada por los niños y enseñarles a no tragarla.

  • Verificar los niveles de flúor en el agua potable local.

  • Preferir enjuagues bucales sin flúor si ya se consume agua fluorada.

  • Optar por productos certificados con bajas concentraciones de flúor.

Conclusión: ¿beneficio o riesgo?

El flúor, como muchas sustancias químicas, puede ser un beneficio cuando se usa con conocimiento y moderación. Pero la evidencia científica actual sugiere que es momento de reexaminar nuestras fuentes de exposición y aplicar el principio de precaución. La prevención de caries es fundamental, pero no debe implicar riesgos ocultos para la salud general.