¡Ea, ea…!Tonto de capirote…! Ven por tu quesito…!
Estas eran las expresiones de burla que se hacían a los penitentes vagabundos que llegaban a los pueblos y ciudades medievales, enfundados en sus sambenitos amarillos, con una capucha o gorro puntiagudo en forma de cono llamado capirote, hecho de papel o de tela.
El sambenito de color amarillo podía ser, dependiendo de la nobleza del portado, desde un saco de lana hasta una túnica con dos faldones, uno por delante y otro por detrás en forma de escapulario con las cruces rojas de Santiago.
Los penitentes con sambenitos amarillos expiaban sus culpas públicamente porque sus pecados no ameritaban mayor pena, como los de negro – confiscados a la Santa Inquisición – y su reconciliación con Dios y la Santa Iglesia dependía de vivir de la caridad del pueblo por un tiempo asignado por el párroco o el obispo del lugar para pagar su penitencia. Las tarifas de estas penas dependían del tipo de la falta; desde pequeñas herejías, latrocinios, infidelidades hasta prácticas orgiásticas, propias de la nobleza.
Estos penitentes, llamados capirotes, recorrieron los caminos de España, Italia y otras partes de Europa, desde el siglo XIV hasta el siglo XVIII, soportando insultos, burlas y vejaciones de la plebe, además, una terrible dieta libre de carnes y potajes, sujeta a lo que la gente de buena fe se dignara darles; pan duro, quesos fermentados, cebollas, pedazos de turrón, frutos secos como la uva pasa, ciruelas pasadas, cacahuates, almendras, anacardos, golosina, y demás cosas inimaginables que guardaban en los zurrones de piel, acumuladas en capas a lo largo del día y que consumían en cualquier paraje fuera de la vista de la feligresía. Esa era la mayor pena para un capirote, comer de ese revoltijo, nauseabundo a la vista, pero con un sabor nada despreciable.
Este fue probablemente el origen nominativo de la capirotada, aunque también existe la creencia de que tomó el nombre de los gorros puntiagudos en forma de capirote de los campesinos, quienes hacían un guisado de rebanadas de panes duros, colocados en capas, con aceite, ajos y huevos, remojados en caldo salado como aderezo.
La teoría aceptada actualmente de el por qué la capirotada adquirió este nombre es debido a que tanto el guiso como el gorro de capirote se elaboran en capas, el primero a base de pan y el otro con retazos de telas o papel. Esta teoría es simplona y poco consistente, denotando un rechazo por admitir su origen penitenciario.
De todos es sabido que la capirotada tuvo su origen en España, donde paradójicamente es casi desconocida y en la actualidad pertenece a la gastronomía litúrgica de la Cocina Mexicana pues se consume durante toda la Cuaresma; desde el Miércoles de Ceniza, cada viernes posterior hasta el Jueves y Viernes Santos. No por ello pueda uno privarse de este manjar en cualquier época del año. Es postre obligado de cuaresma en los estados norteños de Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Nuevo León, Tamaulipas, Zacatecas, Coahuila y Durango, así como los occidentales de Nayarit, Jalisco y Michoacán.
Por su uso y costumbre ligada a la liturgia popular cristiana, en especial por ser alimento de vigilia, es más lógico suponer que la capirotada deriva su nombre del ejercicio religioso de sufragar culpas, como lo hicieron los capirotes penitentes del medievo, quienes sin imaginarlo siquiera, hicieron de un rústico y nauseabundo alimento una ofrenda religiosa inflamada de fervor; nutritiva tanto para el cuerpo como para el alma, como lo demuestra el siguiente analogismo encontrado en un devocionario parroquial, producto del imaginario religioso, que transcribió Ramón Mimiaga Padilla.
La capirotada tiene su simbolismo religioso y es lo que justamente hace que se consuma durante la Cuaresma. El pan tostado es el cuerpo de Cristo sacrificado por los pecados, una analogía de la eucaristía, la fracción del pan, del que los cristianismos participan y se alimentan para la vida eterna. La miel o el piloncillo derretido sobre el pan significan la dulzura de la preciosa sangre de Jesús.